OSCYL · MUSIKA-MÚSICA II

El 1 de abril de 1939, recién anunciado el fin de la guerra civil española, Joaquín Rodrigo (1901-1999), tras recibir varias ofertas de trabajo (una de ellas de Manuel de Falla), decide volver a España. Con muy poco equipaje, y dos días después de estallar la Segunda Guerra Mundial, Rodrigo (ciego por una enfermedad desde los 3 años) vuelve con el manuscrito en braille del Concierto de Aranjuez

Un año antes, en septiembre de 1938, Rodrigo viaja a Francia. Durante el trayecto para a comer en San Sebastián con el Marqués de Bolarque, y con el guitarrista burgalés Regino Sainz de la Maza. Buena comida y buen vino, como el propio Rodrigo recuerda, “el momento era propicio a las fantasías y audacias”, y Sainz de la Maza lo aprovechó para lanzar a Rodrigo una propuesta con la que había soñado largo tiempo: estrenar un concierto para guitarra y orquesta de Joaquín Rodrigo, a lo que el compositor aceptó encantado. “La escena se me ha quedado muy grabada, porque aquella noche constituyó un grato recuerdo en mi vida, y un momento de sosiego en aquellas horas nada tranquilas para España, y amenazadoras para Europa”, afirmó Rodrigo. 

Influenciado por los jardines del Palacio Real de Aranjuez, primero compuso el célebre Adagio del segundo movimiento, luego el Allegro final, y finalmente “llegué al primer tiempo por la reflexión, el cálculo y la voluntad. Terminé la obra por donde debí haberla empezado”, recuerda Rodrigo en sus escritos.

“Debería sonar como la brisa oculta que agita las copas de los árboles en los parques, tan fuerte como una mariposa, tan delicada como una verónica”, escribió Rodrigo sobre su concierto. Una obra que conjura parte de la herencia musical española por medio de danzas robustas y melodías de un lirismo memorable.

“Estos jardines - dijo Falla- están compuestos en colaboración con ustedes. Llevaba yo meses y meses de falta absoluta de inspiración; había llegado a temer que nunca volvería a ocurrírseme idea musical ninguna. En tan lamentable estado, me detuve un día ante el escaparate de la Librería Española, en París. Allí había un libro. Granada, guía emocional de Martínez Sierra. Lo compré, pasé toda la tarde y la noche leyéndolo, y a la mañana siguiente empecé a trabajar. El maleficio estaba vencido”, contó Manuel de Falla según el testimonio de María Lejárraga en su artículo, publicado en 1949 en el periódico Rapsodia de Bogotá, con motivo del fallecimiento de Falla. 

Pocas colaboraciones artísticas durante el siglo XX en nuestro país han sido tan fructuosas e intensas como la que mantuvieron Manuel de Falla y el matrimonio de María Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra. En los 8 años que duró la amistad (1913-1921), Falla y el matrimonio Lejárraga-Martínez Sierra crearon El Amor Brujo (1915), El Corregidor y la Molinera (1916-17), que luego se convertiría en Le Tricorne/El sombrero de Tres Picos (1919); pero también, y sin saberlo, las Noches en los Jardines de España

María Lejárraga, con quien Falla entabló una especial complicidad, fue una de las grandes intelectuales de su tiempo que se vio relegada, como muchas otras mujeres de su época, a asumir un segundo plano en su actividad artística. Granada, guía emocional, al igual que el libreto de El Amor Brujo, y El Corregidor y la Molinera, fueron escritos por Lejárraga, pese a estar firmados por su marido Martínez Sierra. 

Guía con la información habitual de este tipo de publicaciones, Granada, guía emocional es fundamentalmente una invitación a repensar Granada, aconsejando la estancia en la ciudad “a las personas que estén tocadas de melancolía incurable […] en Granada se vuelve a los goces sencillos”, se explica en el libro. Falla, tras su lectura, queda prendado por esa Granada libre y mágica que Lejárraga describe, y sin conocer la ciudad, se dispone a componer una obra basada en la ciudad de la Alhambra y el Generalife. 

Comenzada en 1909, y originalmente titulada Nocturnos, la composición de las Noches en los Jardines de España, obra para piano solista y orquesta, se extenderá hasta 1916. Durante este tiempo, Falla ha vivido en París, donde ha conocido a los más grandes compositores y artistas de la época, como Debussy, Ravel, Dukas, Picasso o Stravinsky. Impregnado por esa atmósfera cultural de la capital francesa, en 1914 Falla vuelve a un Madrid abierto a conocer su música. 

Durante este tiempo Falla presenta en Madrid La vida breve, estrena El Amor Brujo, y en el Teatro Real estrena las Noches en los Jardines de España con la Sinfónica de Madrid, bajo la dirección de Enrique Fernández Arbós, y con José Cubiles como solista.

Dividido en 3 movimientos: En el Generalife, Danza lejana, y En los jardines de la Sierra de Córdoba, Falla despliega una música enraizada en la imaginería de los cantos y melodías de su tierra; coplas, rasgueos de guitarra orquestales, cante jondo (canto primitivo que para Falla suponía el “alma de Andalucía”), cada movimiento es una muestra de orfebrería compositiva en el que Falla despliega sus raíces musicales, tamizadas por la armonía y orquestación que había aprendido en Francia.

Como escribió María Lejárraga en su sentido recuerdo de su amigo, «las Noches en los Jardines de España es una impresionante sinfonía andaluza; Falla hizo cantar como nadie lo ha hecho antes ni después de él los surtidores del Generalife… sin haber estado nunca en Granada. La música era el desahogo de su intransigente ascetismo dentro de un cuerpo y un alma medio moros. Él mismo reconocía, en momentos de sinceridad, “si no fuera por la música, mordería”.»