OSCYL · MUSIKA-MÚSICA I

Pocas veces se ha dado en una región de un país, el encuentro entre artistas con formas de mirar y entender la pintura tan radicalmente opuestas como ocurrió en la primera mitad del siglo XIX con los paisajistas ingleses John Constable y J. M. W. Turner. Si Turner fue un aventurero que recorrió el mundo en busca de nuevas visiones, Constable fue su opuesto, viviendo toda su vida en la misma área y negándose a viajar al extranjero, e incluso, rechazó ir a París a recibir una medalla por su trabajo de manos del rey Carlos X. Turner, al contrario, encontraba en las tempestades y tormentas en las montañas un motivo de inspiración fundamental, mientras que Constable, desfavorablemente impresionado por la violencia climática de la naturaleza, enfocó su mirada de artista sobre los dulces y gentiles paisajes de su Suffolk natal. 

Si hay un compositor en el que el lirismo y gentileza se combina con la violencia dramática, ese fue sin duda Beethoven. En 1808 Beethoven completa la composición de su Quinta y Sexta sinfonías. Dos obras tan contrastantes, tan diferentes en su esencia, como lo fueron vital y artísticamente Constable y Turner. 

La relación de Beethoven con la naturaleza fue una constante en su vida. A medida que su sordera se fue agudizando, Beethoven comenzó a alejarse de su entorno, hallando cierto confort en el medio natural. “Estoy decidido a quedarme en el campo […] Allí mi desdichado oído no me atormenta. En el campo cada árbol parece decirme: ¡Hola! ¡Hola!”, explicó el compositor en 1810 a Therese Malfatti, concluyendo “nadie puede amar el campo tanto como yo lo hago”.

Beethoven comenzó a trabajar sobre la idea de una sinfonía pastoral hacia 1803-04, cuando se encontraba componiendo su Tercera Sinfonía. En su libro de bocetos aparecen melodías que pudo extraer del folklore musical, ritmos similares al comienzo del segundo movimiento bajo el título “Murmullo de los arroyos”, y varias notas que Beethoven se escribía a sí mismo como en un intento de recordarse que no estaba escribiendo música pictórica o música programática, sino expresando sus propios sentimientos sobre el campo y la vida campestre. Encontramos notas como: “Sinfonía característica o recolección de la vida campesina”, u otras en las que duda de la necesidad de buscar un encabezamiento poético o literario para cada movimiento: “Cualquiera que tenga, aunque sea una idea de la vida en el campo, puede imaginar lo que el autor [intenta], sin muchos títulos”. 

En 1808, tras una etapa muy fructífera en la que Beethoven compone obras tan célebres como su Concierto para violín, la Obertura Coriolano, o la Misa en do mayor op. 86, Beethoven completa la Quinta y Sexta sinfonía. En la Sexta, Beethoven consigue aunar el estilo pastoral (calmado y gentil), con su estilo sinfónico (enérgico y dinámico).

Continuando con su preocupación por crear una obra basada en sus sentimientos respecto a la vida campestre, más que una obra programática, tal y como explica el musicólogo y crítico Xoán Carreira, Beethoven dedicó mucho tiempo en buscar el título idóneo para cada movimiento, “trabajo malogrado por los editores que, sin consultar con Beethoven, simplificaron dichos títulos. Estos cambios contaminaron las opiniones sobre la Sinfonía Pastoral, […] hasta que en 2001 fueron recuperados en la edición crítica de Jonathan del Mar”, explica Carreira. 

Los títulos originales de Beethoven, que difieren ligeramente de los conocidos, son, en traducción de José Miguel Baena: "Sensaciones apacibles y alegres que despiertan en el hombre al llegar al campo”, “Escena junto al arroyo”, “Animado encuentro entre campesinos”, “Truenos. Tormenta”, y para el último movimiento, “Canto de los pastores. Sentimientos caritativos y de agradecimiento a la divinidad tras la tormenta”.

La Sexta Sinfonía se desarrolla a lo largo de 5 movimientos. Beethoven, tras el tercer movimiento, rompe con la habitual estructura sinfónica de 4 movimientos, incluyendo el breve pero intenso cuarto movimiento de la ya célebre tormenta que desemboca, ascendentemente con ayuda de la flauta, en el canto del pastor del quinto y último movimiento. En su afán por crear ese mundo sonoro, Beethoven no solo innova con la estructura de la sinfonía, sino que también innova -al igual que hace en la Quinta Sinfonía- con la instrumentación, incluyendo 2 trombones, timbales y un flautín, para crear tímbricamente el marco sonoro de la violencia, meteorológica y poética, de la tormenta. 

Las necesidades de desbordar las formas de los géneros va ligada al espíritu de Beethoven, siendo una constante en su obra. Lo vemos en su Sexta Sinfonía, así como en la ya célebre Novena Sinfonía, con la inclusión del coro y los 4 solistas; o en su Cuarteto Nº 14 Op. 131, compuesto 1 año antes de fallecer, y con el que rompe con la habitual estructura de 4 movimientos ampliándola hasta 7 impresionantes movimientos. El último llevó a Wagner a describirlo como: “la danza del mundo mismo: lujuria salvaje, lamento doloroso, deleite amoroso, felicidad suprema, miseria, lujuria y sufrimiento”.

Esta cita de Wagner, extraída de su colección de escritos y poemas, puede resumir el mundo sonoro, creativo y vital de Beethoven. También el que encontramos en su Sexta Sinfonía, llena de dulce lirismo, de danzas en las que casi se puede escuchar el barro sobre el que se bailan, o la violencia (sonora) de la naturaleza que nos recuerda el poder de lo salvaje. Pero como siempre, tras la tormenta vuelve la calma.